domingo, mayo 23, 2010

Pequeñas cosas

Sabe que Isidro se levantó porque escucha el sonido que hacen sus chinelas cuando arrastra los pies al caminar. Lo hace desde que se jubiló, como si renegara de haberlo hecho, como si aceptara que la vejez le cayó encima, como si estuviera vencido. El sonido le hace evidente lo mucho que le molesta el que él haya invadido su espacio.

Ya no se pregunta dónde está la mujer joven que fue. La que soñaba con una vida divertida y apasionada. Se le pasaron los años viendo crecer los hijos, nacer los nietos. Hizo las paces consigo misma, pero cuando más tranquila estaba él se jubiló, invadiendo la casa con su continua presencia. Al principio, la seguía por todas partes como un niño pequeño aburrido buscando qué hacer. Consideró el divorcio, pero es él quien mantiene la casa. El sonido de las chinelas se aleja hacia la sala y ella se enjuga una lágrima con la torpeza rabiosa de dedos en que la artritis ha dejado sus huellas.

Sentado en el sofá, el hombre ojea en el diario las ofertas de viajes. Sueña con una vida libre, diferente. Un crucero con una mujer joven del brazo sintiendo sobre el rostro bronceado la brisa húmeda del océano. Tiene amigos que se han corrido el albur, pero no se anima. No quiere un fracaso, ni a alguien que lo tome por tonto. Pronto cumplirá los setenta y la salud no es para siempre. Se contenta con pequeñas cosas.

Su mujer lo llama para el almuerzo y se pone de pie. Camina lento hacia la cocina, arrastrando las chinelas, disimulando una sonrisa divertida y traviesa.

sábado, mayo 15, 2010

Escribir

Definitivamente se ha mudado a casa. No la veo: la siento. En ocasiones, se aloja en mi garganta y siento asfixia y el llanto que me ahoga. Otras, es bruma que me nubla los ojos y no me deja ver las cosas claramente. Me confunde, me aturde. Hace que prefiera la soledad y este silencio triste que a ella la alimenta y a mi me va secando, planta en terreno desértico con sol acribillante.

Su presencia se va haciendo imponente y me encojo en un rincón, cada vez más pequeña, dejándole el espacio que reclama. Y entonces, escribo. Escribir es pensar en voz alta, solo que no se escucha. Es un grito ahogado y silente que plasma el sentir del escribiente.

Tan solo por una vez querría escribir en sonrisas.

martes, mayo 11, 2010

La juventud y el amor

Lamenta haber perdido su juventud en pos de un sueño. El sueño del príncipe azul. El del hombre mayor, apuesto y amante que la querría por siempre, cuidándola como si fuera su mayor tesoro. Recuerda cuando de jovencita leía las novelas rosa que alimentaban esa ilusión. Cabecita loca llena de fantasías y quimeras que al paso de los años fue perdiendo. Las fue dejando junto a su juventud, con cada golpe que le dio la vida. Más de una vez pensó haber encontrado el amor, ese hombre perfecto con quien compartir su vida. Ahora, en el presente, sabe que ninguno la amó, y su única satisfacción es saber que tampoco los amó lo suficiente. A más de uno lloró: cuestión de ego piensa. Alguno quedó vagando en su pensamiento sin que haya podido exorcizarlo, pero sabe que alguien siempre deja huellas. Ahora le da igual, ahora son solo memorias de un pasado difícil y penoso, en que nunca llegó a alcanzar el amor.

Si fuera joven otra vez, cuán distinto sería…

sábado, mayo 01, 2010

El legado

A mi tía Delia, hermana de mi madre, le había tocado el cuestionable honor de ser la solterona de su generación. Según mi madre, era una especie de maldición que perseguía a las hijas mujeres de su familia y que condenaba a una de ellas a quedar sola y sin hijos.

Maestra de escuela de niños en grados elementales, cosa que parecía disfrutar, viajaba todos los veranos con un grupo de maestros. A través de los años anduvo prácticamente el mundo entero. Ya mayor, con la salud afectada luego de una aparatosa caída, fue a vivir a nuestra casa trayendo con ella fotos, tarjetas e innumerables recuerdos de sus viajes. Con aquel botín, del cual nadie pudo separarla, se distraía por horas. Contemplaba, organizaba y reorganizaba sus “tesoros”, como dimos en llamarles mis hermanas y yo, con cierto cinismo.

Con frecuencia entraba a su cuarto a ver cómo se sentía, e invariablemente me contaba alguna de las historias de los objetos que guardaba. El brillo de sus ojos, y la iluminación en su rostro me hacían pensar que la vida de tía Delia no había sido del todo aburrida.

Una tarde me enseñó con orgullo el álbum que había heredado de la tía solterona de la anterior generación. Nunca me explicó cómo llegó a sus manos, pero me lo mostró con gran orgullo: las fotos, los pañuelos tejidos, los carné de baile, las flores secas, todo en orden cronológico, cosa que, según me explicó quería hacer con los de ella.

La mañana en que la encontramos con los ojos cerrados para siempre, sonreía tranquila. Contra su pecho estrechaba un hermoso álbum en cuya tapa había bordado en puntos de cruz una gardenia, mi flor favorita. Cuando mi madre lo levantó de su pecho y me lo entregó, tenía los ojos ahítos de lágrimas.

Lazos de dependencia

Una parte de mí quiere llamarte, escuchar tu voz nuevamente. La otra, más sabia y sensata, me dice “detente.” He aprendido que los lazos de la dependencia da trabajo romperlos, mientras que es suficiente apenas un suspiro para tejerlos. Exhalo… y es otro día en que no llamo.