viernes, octubre 22, 2010

Ilia y su carga

Ilia se pone las gafas oscuras y se apresura a cruzar la calle. No puede creer lo que acaba de sucederle. Estaba sentada en sala esperando que el juez entrara, cuando su esposo se sentó a su lado. Intentó cogerle una mano, pero ella, más rápida, apartó la suya. Con voz ronca por la emoción le propuso que se levantaran. Podemos irnos, comenzar de nuevo, le dijo. Ahora sé lo que quieres y también sé que puedo dártelo.

Por su mente cruzaron veloces los recuerdos de años de desdén y desamor, años en que una sola vez se atrevió a reclamarle en voz alta. Su contestación fue punzón que entró en el músculo del corazón hurgando salvajemente: entre nosotros nunca hubo química. Las palabras de ella se quedaron colgadas en el silencio porque ni siquiera tuvo voz para proferir el reproche: por qué callarlo durante tantos años si eso era lo que sentía.

Con voz suave, calmada, sorprendentemente carente de enojo, de rabia, le contesta, justo antes de ponerse de pié porque la juez entra: ahora aunque así fuera, de ti no quiero nada.

Entra al auto y lo pone en marcha con una sonrisa. Por primera vez en más de veinte años se siente liviana de cargas.

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