viernes, junio 25, 2010

La conciencia en las manos

El hombre recostado al final del bar me habría pasado desapercibido sino hubiera sido por la forma de sus manos y la obsesión que siempre he tenido con ellas. Más bien bajo de estatura, era delgado; uno de esos seres que no tienen edad. Quizás era el ángulo desde el cual lo estaba viendo, o quizás era la luz, que menos directa al final de la barra lo impedía, pero el caso es que no podía distinguir, ni siquiera intuir, sus facciones. Era como si aquel minero, acostumbrado a estar en la noche sin fin debajo de la tierra, fuera el compendio de todos los mineros del planeta. No tiene rostro propio, pensé, porque carga el de todos los demás.

Me concentré en la mano que se extendía sobre la superficie de la barra para demandar uno tras otro, un trago. Inesperadamente se movió, y al hacerlo, se acercó a mí. Sentí miedo al ver por qué su semblante era una sombra. Un costurón en forma de culebra lo cruzaba: una franja ancha de un rojo escarlata, abierta por un cuchillo y mal cosida, lo había dejado sin rostro descriptible. Dio un golpe sobre la barra mientras de sus adentros regurgitaba un alarido y entonces tuve la certeza de que el dueño de aquellas manos arrastraba en su conciencia a un muerto.

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