De afuera, me
llega el ladrido de un perro y con dificultad me siento en la cama. Quiero levantarme, lo intento y no puedo.
Vuelvo a dejar caer mi cabeza sobre la almohada, mis piernas rígidas colgando
fuera del lecho. No tienen la fuerza para sostenerme. No me importa. Soy completamente honesta, no me importa. Qué
claro lo veo ahora, no quiero seguir viviendo.
Al ladrido del perro se han añadido los de otros y decido quedarme acostada. Subo las piernas con dificultad y
me arropo, me hago sorda a los sonidos de la calle, cierro los ojos, y finjo
que soy un alma perdida y no pienso nada más que en la letanía que repito incesante,
palabras que intento poner en orden gramatical, pero que tienen el
mismo significado: escuálido, esquelético, famélico… y las termino y vuelvo a
comenzar y pierdo una y recomienzo esperando encontrarla, y me voy quedando dormida y no la encuentro o sí la encuentro pero
pierdo otra, y me hundo en este dormir que me permite estar como muerta, porque no
sueño, ya ahora, nunca sueño…
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