sábado, junio 13, 2009

El espejo y la imagen

No estaba segura de cómo había comenzado a desaparecer su imagen, a pesar de que tenía claro el cuándo. Un día el espejo reflejaba su rostro, un rostro conocido que, al transcurrir de los días, se fue difuminando hasta solo quedar el vaho de quien fue, mancha imposible de remover de la superficie del espejo.

No le habría preocupado no tener imagen solo que la depresión que siempre la acompañaba se había agudizado con la pérdida. “Si tan solo encontrara mi imagen…”, pensaba, convencida de que al recobrarla sería diferente.

Consultó médicos ortodoxos que la miraban como quien mira a alguien que no está en sus cabales y más de uno le sugirió que el problema radicaba en su cerebro. Pero ni siquiera los más versados en el tema de las condiciones y enfermedades mentales podían ayudarla. La solución a su problema no estaba en la medicina tradicional le dijo alguno un poco más arriesgado y, tomando esas palabras cual consejo consultó a un brujo de renombre. Siguió sus instrucciones al pie de la letra sin éxito. Su imagen se negaba a reflejarse en el espejo y el brujo le habló de seres poderosos y de hechizos más fuertes que cualquiera conocido en la tierra.

Entonces escuchó hablar de un médico cristiano que hacía milagros con su ciencia. Y porque la fe está por encima de todo acudió a él y se sometió al dogma de la aguja y las corrientes sin emitir quejido porque los milagros conllevan sacrificios. Para cuando se dio cuenta que el dios de su médico no era el dios de la fe, se llegó a una sacerdotisa que predicaba en el monte, una mujer vieja y arrugada que con voz dulce le habló de la fuerza de la mente y la necesidad de integrarla con el cuerpo. Vivió con ella meses practicando el ayuno, caminando descalza sobre suelo rocoso, compartiendo con gentes como ella, sometiéndose a exorcismos y a imposición de manos sin lograr ver su rostro en el más profundo y claro de los lagos.

Decepcionada regresó a su mundo y encontró un tallador que prometió hacerle un rostro que tuviera imagen. Talló con cincel y martillo el rostro y cuando estuvo satisfecho le entregó un espejo. Por primera vez en muchos años vio el reflejo de una imagen en la superficie. Pasó muchas lunas contemplándola, intentando encontrar la suya y no aquella de la cual el artífice se sentía tan orgulloso, y un día se dio cuenta de que la imagen había comenzado a esfumarse.

2 comentarios:

Julián Nailes dijo...

Genial, de verdad, genial :)

abrazozzz

Carol dijo...

Preciosa e interesante historia, muy bien escrita, me gustó.

Besos.

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Pasa este osito a las personas que quieres muchísimo y no quieres que cambien nunca. (espero recibir el osito).
Si recibes entre 2-4 ositos te quieren
Si recibes entre 4-8 ositos te quieren mucho
Si recibes entre 8-10 ositos te quieren muchiiiisimo
Espero qe yo sea una de ellas!!

Besos Margret.