domingo, abril 01, 2007

La muerte

Hace mucho tiempo que despierta con la misma plegaria en los labios. Es un rezo que le sale de lo más profundo del alma, donde habitan los dolores que la han ido marcando. Los ha escondido allí para que nadie pueda verlos, para que ni siquiera adivinen que está herida. Pero lo está, y sabe que la herida es de muerte porque ya nunca sueña.

Antes, aún cuando la herida rezumaba sangre, se permitía soñar. En sus fantasías siempre llegaba el hombre que había imaginado y le daba el amor que nunca tuvo. Poco a poco él iba frenando el desangre y sanando las múltiples heridas que dejaron los otros, con besos, caricias y una especial atención que la hacía sentirse, por primera vez en su vida, amada. Él sería su vida y alegría. Con él lo tendría todo, aunque no tuviera riquezas materiales.

No era el hombre perfecto, ni se parecía al que había esperado tantos años, pero llegó sombrero en mano y con la vista baja, a pedirle la oportunidad de hacerla feliz por el resto de sus vidas. Le prometió cuidarla como la delicada flor que llevaba su nombre, y ella se juró que llegaría a amarlo. Unos meses le bastaron para hacerla sentir asco de sí misma por haber permitido que entrara a su vida, impregnándola de su hedor.

Ahora es diferente. Vive la realidad de cada día, sin olvidar repetir la oración diaria. Sin sangre y sin sueños, es como planta sin savia, sin color, sin vida. La muerte la alcanzó por dentro. Solo pide que también la encuentre afuera.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Porque vienen a perturbar nuestro espíritu? Nunca debieron haber llegado. Ahhhh ... pero nosotros le abrimos la puerta. Y es que la soledad nos oprime tanto, decimos. Si fueramos mas selectivos ... dame tiempo para pensar, dejame escuchar mis voces.

Pero ya es tarde.