domingo, diciembre 16, 2012

El antes y el después

Hace varios días que me da vueltas en la cabeza el que nuestra vida está hecha de un antes y un después. En mi caso, antes y después de casarme, antes y después de mi divorcio. Se supone que ese hecho que marca el antes y después llevara a un cambio, un cambio para mejorar. La única diferencia en que puedo pensar es que antes el hombre estaba y después no.

Me falta un después: el después que dé el cambio. Que es un eufemismo para morirse, porque la muerte la tenemos todos detrás de la oreja, cosa que sé desde pequeña. No es un pensamiento muy atractivo que digamos pero no deja de ser la realidad.

Pienso mucho en la muerte. En lo que significa no tener que levantarme en las mañanas y pensar qué estoy haciendo en este mundo, ni qué rayos hice con mi vida. Supongo que si cuando llegue a donde uno llega permito que Dios comience su interrogatorio antes de que yo inicie el mío, me reprochará el no haber hecho nada con los talentos que me dio. Yo, por mi parte, si alcanzo la delantera, trataré que me conteste el porqué me dio los talentos a sabiendas de que mi carácter me impediría utilizarlos debidamente.

Y es que además de pensar en la muerte estoy luchando con mi concepto de Dios: un Dios que lo sabe todo y que está viendo que apenas puedo con la carga, a pesar que, insisten algunos, no nos da más de lo que podemos llevar. Años atrás tenía en mi oficina la Oración de Las huellas. Si yo desfallecía, Él me cargaba. Me es difícil confesarlo pero pienso que eso de que nos carga es puro invento. No pretendo escribir una diatriba contra Dios porque temo que me castigue por el agravio (mi visión de Él está contaminada por mi educación en un colegio católico) y no quiero sobre mí el miedo de que me envíe más. La frase “mándame más si más merezco” nunca ha pasado por mis labios porque considero que el decirla es un desafío abierto a Dios, castigado con un aumento en la carga de nuestro saco, proporcional al coraje con que la decimos.

El caso es que me hace falta fe y no veo la ayuda de Dios por ninguna parte. Afortunadamente, a pesar de la educación en el colegio católico, mis padres eran espiritistas. No hay mejor remedio al mal del suicidio que pensar que si nos quitamos la vida, el alma será castigada con el regreso sumario a la tierra. Ya no estamos hablando de regresar en el proceso evolutivo espiritual, sino de regresar como un espíritu atrasado a pasar las de Caín. O sea que irremediablemente y cónsone con mis creencias tengo que esperar pacientemente al después…

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