lunes, diciembre 10, 2012

El significado de la vida

Son apenas las cinco y veinte de la mañana y estoy despierta. Sé la hora porque miré el reloj justo después de ir al baño y vuelvo a la cama buscando su calorcito. Una hora más antes de que Cuquito se despierte. Aprovecho el tiempo para hacer una lista mental de lo que debo hacer durante el día e intento, en vano, echar atrás un cartelón gigante que me dice que debo escribir sobre el significado de la vida. Imposible porque, obsesiva como soy, me sigue a todas partes este cartelón que he creado imaginariamente ante el bloqueo absoluto.

El primer canto de Cuquito hace que salte de la cama y como hipnotizada (siempre me levanto desganada) voy y le destapo la jaula. Aprovecha para hablarme jeringonzas. Le pongo pan, le cambio el agua. Enciendo la computadora, y abro la puerta que da al balcón. Libero a Cuquito del encierro de su jaula y comienzo el desayuno.

Mientras, mi mente va a la asignación pendiente sin que una idea que valga la pena cruce por ella. Me siento a tomar café y Cuquito se me acerca. Tamborilea con el pico sobre la mesa y una vez tiene mi atención dobla la cabeza. Quiere que lo acaricie. Es sorprendente como, a través de los años, he aprendido a interpretar la mayor parte de sus gestos. Va volteando su cuerpecito para que sepa dónde quiere que le pase el dedo, y suavecito lo acaricio entre las plumas de la cabeza y el cuello.

Es en esa extraña comunión de ave y mujer es que me doy cuenta. Puedo pasarme el resto de la vida filosofando sobre su significado, cuestionando a un Dios que, a mi modo de ver, hizo un mundo imperfecto lleno de crueldad y dolor, e incluso deseando la muerte, o puedo disfrutar este instante.

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