sábado, octubre 06, 2012

Gregorio Santos y yo

Ayer, mientras hacía mi turno en la tiendita, se me acercó una cliente a hablarme. Lo primero que me preguntó fue si me ponía botox en la cara. A mí, que trato de esconderme tras una mirada vacía y haciéndome la distraída, me rompió el corazón su pregunta. Hace tiempo no me pongo botox. He intentado manejar la parálisis facial: “nadie se da cuenta”. me digo. No hay nada como que le señalen a uno los defectos para sentirse el más infeliz de los gusanos.

Después que se fue me quedé triste. Me puse a hacer una tarea tonta que no requería que compartiera con persona alguna. La tristeza se extendió hasta la noche. Ya en casa, sola, mirando sin ver la televisión, pensé en el cuento de Gregorio Santos que había sometido en la última reunión del taller de cuentos avanzados. Gregorio Santos, personaje que no podía creer en un Dios tan despiadado como el que conocía. El profesor me pidió que aclarara que ese pensamiento era del personaje y no del narrador.

Quizás debí decirle que no importaba, que el personaje y yo pensamos lo mismo…

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