jueves, octubre 11, 2012

Mis víboras

Aprieto tu cuello, ese cuello blanco y largo que me gusta besar y mordisquear cuando hacemos el amor. Te llevo hasta la cama, besando tus labios, sabiéndote mía, aunque no haya mediado ni una sola palabra. Por primera vez en semanas me siento dichoso y río y mi risa retumba contra las paredes de la habitación, entra por mis oídos y reverbera en mi cerebro. Al escuchar el eco de mi risa sé que ha vuelto la normalidad a la casa porque contigo ha regresado la alegría. Es tanta esa alegría que lloro y las lágrimas corren por mi rostro y cada átomo de mi cuerpo que estaba muerto, revive. Murieron al pensar que te habías ido para siempre y no volverías, pero me equivoqué. Debí saberlo porque nunca vas lejos, regresas, siempre regresas. Muy dentro de ti sabes que solo puedes ser feliz cuando estás conmigo.

Me acuesto y me abrazo a ti porque he visto asomar la cabeza a una de mis víboras y solo tú tienes el poder de hacer que desaparezcan. Te aprieto contra mi pecho haciendo más fuerte el abrazo y cierro los ojos para no verlas. Me mantendré en la cama contigo, muy quieto, estaremos quietos los dos, completamente quietos en la cama por el tiempo que sea necesario. No me importa el tiempo que tengamos que esperar porque estamos juntos y sé que no dejarás que me hagan daño las víboras. Será por mucho tiempo esta vez, lo sé porque han descubierto la maleta. La maleta que tenías abierta frente al armario cuando llegué y te apreté por el cuello hasta silenciar tus gemidos.

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