Se mece en el sillón que era de la abuela. Piensa que no ha pasado tanto tiempo. Que sí ha pasado mucho tiempo. Hace años que es tarde, y sin embargo le parece que solo un parpadear de ojos la llevó de jugar con sus muñecas a mecerse en el sillón. Duró solo un instante, un segundo, pero su vida quedó atrapada en la memoria del iris de sus ojos. Vida en la cual saltó de niña a anciana. Anciana que se mece mirando el horizonte, sin otearlo, porque no espera nada ni a nadie, excepto la muerte, y la muerte aunque siempre llega, no se anuncia.
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