viernes, abril 10, 2009

En cuestión de amores

Llegar hasta ella se había asemejado a correr un maratón. El de Nueva York por ejemplo. Los corredores salían amontonados y se iban separando para ir llegando a la meta chorreando agua y sudor, con los músculos tensos y temblorosos. Tenían que entrenar por meses y años para correrlo, pero a Juan Carlos le parecía que había entrenado para aquél desde el momento en que, habiendo adquirido conciencia de que le gustaban las chicas, se había dedicado a conseguir los favores de cuántas se le antojaban.

Virginia le había atraído desde la primera vez que la vio a pesar de que era, debía confesarlo, demasiado joven. Su aire de inaccesibilidad y retraimiento, que para algunos era un desprecio, para él, más maduro, resultaba un desafío. Seguro de sí mismo, sabía que gustaba a las mujeres de todo tipo y edades. Además de su físico, fruto de una fiel rutina de ejercicios, y la sonrisa pícara y hasta coqueta con que la naturaleza le había dotado, tenía un timbre de voz que había hecho que más de una se rindiera a sus pies. Estaba seguro que la joven, aunque inmersa siempre en su música, tarde o temprano se sentiría atraída. Bastiones que parecían menos viables que la chica se le habían rendido.

Solo un problema le presentaba Virginia y es que la joven era soltera y no se le habían conocido hombres. Tenía por norma, para evitar malos entendidos y reproches, acercarse a mujeres casadas o comprometidas. De esa forma, quedaba establecido sin necesidad de palabras, que la relación no representaba obligación alguna y cualquiera de las partes era libre para terminarla.

Ahora, cuando al fin la tenía frente a él, los grandes ojos malva más grandes aún en ese momento, los labios entreabiertos, el pecho tembloroso como si fuera ella quien hubiese corrido el maratón, le parecía un pajarito herido y asustado. La curiosidad, a la que nunca había dado paso antes frente a una mujer, se apoderó de él y para su propia sorpresa se encontró preguntándole si había conocido a otros hombres. Ella no debió entenderle porque contestó que sí, que tenía muchos amigos.

─ Quise decir en el sentido bíblico ─ y apenas se escuchó decir esa cursilería, cliché requete gastado, se habría mordido la lengua.

─ Si lo que me preguntas es si me he acostado con otros ─le dijo ella sin apartar su mirada malva de los ojos de él ─la contestación es no. Como en la música, la que siempre he estudiado con virtuosos, desde muy niña decidí que en cuestión de amores mi maestro serías tú. Luego me encargaré de practicar con otros.

2 comentarios:

lucille lang correa dijo...

Me encanto el final, te la comiste.
El escrito atrapa.

Silvia Giordano dijo...

Margret: ¡Buenísimo! Me encantó la respuesta para el muy creído.
Perfecto.
Besos