lunes, diciembre 07, 2009

La loca de Irene

Irene era vecina nuestra en el barrio en que me crié. Era un vecindario de clase media pobre, más pobre que otra cosa. Casas desvencijadas y viejas, habitadas en su mayoría por madres con hijos sin padre. Irene, quien vivía completamente sola, parecía una princesa transplantada de otro mundo. Algunas tardes, luego de que los chicos más grandes llegaran de la escuela, jugábamos en la calle a la peregrina y a saltar la cuica, y ella se nos unía. Entre nosotros parecía una más, solo que era una niña grande.

Tenía la extraña costumbre de pararse en el balcón de su humilde casa, balanceándose en una sola pierna, los brazos extendidos sobre la cabeza, semejando una estatua. Cuando mi madre la veía en esa posición, murmuraba por lo bajo “ahí está otra vez la loca de Irene”. A mí la loca de Irene me daba miedo pero me acordaba a los flamencos rosados que vi en una ocasión cuando mi padre aún venía a visitarnos y nos llevó a mi hermano y a mí al zoológico.

Una tarde en que, al pasar frente a su casa, la sorprendí en el momento en que extendía los brazos, me invitó a entrar. Nos sentamos en uno de los escalones que subían al balcón, y sonriente me dijo que no sintiera temor, que no estaba loca. Fue a buscar una hermosa caja hecha en madera con un diseño en la tapa. Laqueada, brillaba; nunca antes había visto algo tan hermoso. Me explicó que era una caja de música y al abrirla el espacio se llenó de una bellísima melodía. En el centro de la caja, una muñequita bailaba y bailaba, dando vueltas en punta.

─Cuando me siento triste y sola, recuerdo mi vida anterior ─me dijo─ una vida lleno de lujos en que nada me faltaba excepto la felicidad. Entonces saco la caja de música y adopto la posición en la que me pareció vivir por años: la de la pequeña bailarina encerrada en su prisión, condenada a dar vueltas y vueltas apenas se abre la caja. Luego de unos minutos, olvido lo que necesito y me lleno de paz.

Nos quedamos calladas las dos escuchando los acordes de la melodía. No entendí hasta muchos años después la lección de vida que acababa de darme, pero nunca más escuché a mi madre hablar de la loca de Irene sin pensar que esa loca era feliz y tenía paz.

3 comentarios:

lucille lang correa dijo...

todas hemos descubierto la Irene de nuestras vidas, me encanto

Silvia Giordano dijo...

Hola!
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¡Suerte!

Olivia Mortis dijo...

no es mi estilo... pero me gusta mucho como envuelves, saludos desde Chile!