viernes, agosto 10, 2012

El tiempo de las bicicletas

Era el tiempo de las bicicletas.  Todos los chicos del barrio parecían tener una, regalo de los Reyes Magos. Todos, menos yo.  Los Reyes no habían alcanzado a pasar por mi casa, o, para cuando lo hicieron, se les habían acabado las bicicletas.  El caso era que próximo a empezar las clases no tenía yo una bicicleta en que ir a la escuela.  Me roía la envidia.  Envidia de la mala.  Todos los días esperaba que alguno de mis amigos se cayera de su bicicleta y esta se hiciera pedazos bajo las ruedas de un auto.

Interrogué a mi padre, pensando que ya que los Reyes no lo habían hecho, él pudiera conseguirme la bicicleta.  Se me quedó mirando con los ojos tristes, “ay m’ijo cuánto me gustaría complacerlo, pero no tengo el dinero.  Ujté sabe que lo que gano apenas nos da pa’la comi’a”. Y yo me quedé plantado con los puños apretados, furioso con mi padre, pensando que estaba dispuesto a dejar de comer con tal de tener una bicicleta.

Pasó el tiempo de las bicicletas, al final del cual yo tenía una que mi padre había encontrado rota y me reparó.  No era tan veloz como las de mis amigos, el sillín era muy viejo, y mis compañeros le hacían ronda para burlarse.  Me juré que nunca perdonaría a los Reyes.  Y tampoco a mi padre que solo me había conseguido esta bicicleta vieja.

Han pasado los años y tengo mis propios hijos.  Cuando me piden juguetes o ropa de moda que no puedo costear, siento ira y vergüenza, y me doy cuenta del valor de mi padre al confesar que lo que teníamos apenas nos daba para comer.  Ahora, solo deseo poder llenar sus zapatos.

1 comentario:

N dijo...

tia, me encantan tus cuentos.
me ENCANTAN.
me hacen muy feliz.