domingo, noviembre 14, 2004

Amapola

Todos los veranos hacían la caminata. Era una procesión no planificada de seres desesperados buscando respuesta al por qué de sus vidas. Un largo recorrido, sendero escabroso que tomaba días, días de sol, de lluvia, cada uno con su noche. A medida que pasaba el tiempo, se desarrollaba una camaradería sumamente especial. Los jóvenes se quedaban rezagados, a propósito, para ayudar a los más viejos en la empinada subida. En las noches, sentados alrededor de fogatas, los viejos contaban sus historias, a la que alguno ponía música, mientras los demás hacían coro en una comunión de almas. Y cuando llegaban allí, donde habita el extraño ermitaño que durante años ha guardado silencio, de lo más profundo de sus ojos y del calor de su bondadosa mirada al interior de cada uno, florecía en el corazón, como amapola, la respuesta.

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