martes, octubre 31, 2006

Lo que aquí se hace aquí se paga

De sus hijos, mi madre era la única que visitaba al abuelo y cuando podía me llevaba porque me gustaba salir a pescar con él. Me enseñó con su habitual paciencia a preparar la carnada y a esperar quietamente a que algún pescado cayera. Mi padre no tenía tiempo para hacerlo. En ocasiones, era mi abuelo quien rompía el silencio para decir con inmensa tristeza que lo que aquí se hace, aquí se paga.

Mi madre hizo los arreglos el día que fuimos a verlo y le encontramos sin vida. En aquella época no se incineraba a nuestros muertos. Aún recuerdo su entierro; fuimos a despedirle solo mi madre y yo, y un puñado de vecinos.

Al paso del tiempo, la ausencia de mi padre en nuestras vidas se hizo más marcada. Un día cualquiera desapareció del todo y no supe más de él hasta años mas tarde cuando recibí una llamada informándome que había muerto. Dentro de mi ya cargada agenda, hube de sacar tiempo para hacer los arreglos para la incineración y el disponer de las cenizas. Las llevé al lago en que de niña solía pescar con mi abuelo. Mientras las esparcía, me pareció escuchar la voz de mi abuelo romper el silencio para decir con tristeza que lo que aquí se hace, aquí se paga.

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