jueves, mayo 01, 2014

Las medias

     William no está de buen humor en estos días.  Se acerca el aniversario de la muerte de su primera esposa, Linda, y acres recuerdos lo extenúan.  Aún le mortifica el pensar que se casó demasiado pronto con Tamara, pero qué ha de hacer un viudo con dos hijos pequeños, si su madre murió cuando él era solo un niño, y no puede soportar a su suegra.
     En lo que a él se refiere, Tamara no puede ocupar el lugar de Linda.  Pero es buena con sus hijos y ha sabido enfrentarse al cotilleo de vecinas que la acusan falsamente de haber sido su amante.  Curiosa idea, esa.  De haber querido tomar una amante no se parecería en nada a Tamara.  Habría escogido una gordita hermosa, de grandes senos y anchas caderas, que supiera hacerlo reír hasta en la cama. Y es que el único referente que tiene es el de su padre, anciano ahora, y la regordeta mujer que llevó para que cuidara de William y su hermano, cuando la madre los abandonó.
     William los sorprendió juntos en la cama matrimonial.  Ella a medio vestir, sobre él, y los pies de él sin medias moviéndose, en el juego pre-coital.  Nunca se atrevió a preguntarle a su padre porqué de todas las piezas de ropas eran las medias las que no tenía puestas.  Poco después la criada-niñera se convirtió en la señora de la casa, y menos aún preguntó lo que hasta ahora era una interrogante.
     No es del todo feliz con Tamara, y en ocasiones, si es sincero consigo mismo, tiene que aceptar que al final, tampoco lo era con Linda.  Ambas de buen ver, educadas para ser las perfectas amas de casa, e incluso, complacientes en la cama. Justo ahí, le parece en estos días está el problema.  Ambas complacientes, nunca un no a sus acercamientos, pero carentes de iniciativa.  Elegantes, cultas, buenas madres, pero sosas, sosísimas en la cama.
     Enciende el auto, y oyendo el poderoso rugir del motor se dice que lo tiene todo. Dos hijos preciosos, una buena casa en un lugar exclusivo, dinero… lo único que le falta, y se disgusta consigo mismo por mal agradecido, es un poco de sal y pimienta en su vida.  Eso, las risas.  Entonces recuerda las risas de su padre y la entonces niñera, y los malditos pies descalzos de su viejo, saltando en el aire, convulsos de carcajadas.
    Acelera porque cuando esos pensamientos le asaltan intenta borrarlos haciendo que el auto corra veloz. Guiar es uno de sus grandes placeres, sentir que la máquina ronronea bajo el control de sus manos, que obedece a sus comandos.  Siempre le gustaron los autos lujosos, con interiores de cuero, olor a nuevo.  Fuma, pero nunca en el auto.  Contrario a cuando hace el amor con Tamara, en que después, casi siempre, va por un trago y un cigarrillo. Es un punto final que le hace falta.  Muchas veces se pregunta si es costumbre que aprendió de su progenitor. Los sábados, después de hacer el amor con la niñera-madrastra se levantaba e iba por un trago.  La mujer lo acompañaba a beber y después de varios retornaban a la cama. Intentaban ahogar sus carcajadas, sin éxito,  y entonces él se masturbaba pensando en los pies descalzos de su padre, y en lo que ocurría más arriba de las rodillas.
    Hoy el mal humor perdura a pesar de haber disfrutado el viaje.  No ha logrado convencer a Tamara que insiste en ofrecer una vez más una misa por Linda. Desde que se casaron lo viene haciendo, quizás para demostrarle a las chismosas del pueblo que no tiene por qué avergonzarse.  Da la impresión que sí lo haces, fue su último reclamo.  Pero a su esposa no le importa, quiere la misa para Linda, ya encargó las flores y se aseguró que estará Muñoz que toca el órgano como los ángeles. Y tienes que venir temprano, fue lo último que le dijo y él con esta ira inmensa porque no entiende, pero sí entiende que Linda haría lo mismo por Tamara, que son gemelas, cortada por el mismo molde, una el reflejo de la otra. 
      Fue un estúpido, es un estúpido: cuando Linda murió lo que necesitaba era una joven de carnes amplias y tetas grandes.  Una que le hiciera olvidar todo, incluso el intenso frío del invierno. Una que lo hiciera reír. Una por la que se quitara hasta las medias.


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