lunes, mayo 19, 2014

María de los Ángeles Ramírez Betancourt está en casa


Al despertar después de cada tratamiento de electrochoque, el galeno le pregunta su nombre. Ella responde soñolienta: María de los Ángeles Ramírez Betancourt. Solo su nombre, con eso es suficiente. Acostada en la estrecha cama del hospital, helada del frío, repite y repite su nombre. La terapista viene a buscarla todos los días, pero se resiste a levantarse. No quiere hacer pulseras de cuentas de colores, ni pintar con crayolas, como hacía en la clínica parcial.

─María de los Ángeles, la estadía aprobada terminó, así que procesaremos su alta. Es imprescindible que asista al parcial y siga viendo a su médico para que este continúe el tratamiento.

María de los Ángeles Ramírez Betancourt, regresas a casa. María de los Ángeles, pero ¿cuál es tu casa? No quiere salir del hospital: allí se siente segura, tranquila y puede dormir.  ¿Quién eres María de los Ángeles? No sabes quién eres… ¡Mentira!  Soy María de los Ángeles.

─Llegó tu esposo a buscarte, María─ le avisa una enfermera.

Recoge las bolsas de papel en que ha echado sus pertenencias y sale. Solo el gesto de disgusto en el hombre le es familiar. María de los Ángeles Ramírez Betancourt no quiere saber quién es ella más allá de su nombre.

El tapón es horrible, el calor insoportable y escucha al hombre rezongar porque llegará tarde a una reunión importante por culpa de ella, y ¿qué vamos a hacer contigo María? Contraté una enfermera para que te acompañe y no intentes una locura. ¿Tienes una idea de los problemas que nos causas a todos, María? ¿La tienes, realmente la tienes? ¿Te importa?

Suben en el ascensor con otros residentes y se avergüenza de las bolsas en que lleva sus cosas porque le parece que es obvio de dónde viene.  La enfermera la ayuda a bañarse y le pone un pijama cómodo. María de los Ángeles Ramírez Betancourt ha llegado a casa, tiene 28 años, dos hijos pequeños, y lo único que quiere es morirse.

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