Se adentró por el espejo. Un mundo frío, de cristal de tonos verdosos. En él, construido como pasadizos de hormigas, se abrían pequeñas carreteras que eran laberínticas. De una y otra entrada la llamaban voces, unas tentadoras, otras escalofriantes. Intentaba tomar uno, sólo para oír detrás una voz, por un momento conocida, llamarla por su nombre. Volvía atrás, y un enorme dragón de lengua bifurcada, encendida en llamas le cerraba el paso y al intentar reiniciar el camino antes tomado, la puerta de entrada, sólo era de salida. Miraba a su alrededor, buscando otra puerta, el inicio de otro laberinto, y así, uno, y otro, y otro, hasta que lograba alcanzar el túnel del tiempo y salir del espejo, a dónde debería adentrarse nuevamente, una vez despertara.
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