miércoles, abril 04, 2012

La señal

Mi hermano mayor quería ser piloto de avión. Lorenzo viajó por primera vez en avión en un corto viaje de negocios de papá y llegó entusiasmadísimo. Él fue porque ya era mayorcito, según papi dijo, y podía cuidarse solo. Con apenas seis años, me moría de la envidia porque mi hermano había visto un cielo más grande que el pedacito que nos cobijaba.

Después de su viaje, le dio con coleccionar aviones de todos tamaños y colores y papá se los traía de sus viajes, mientras a mi me seguía trayendo muñecas. Yo quería mi propio avión. Uno que volara como el último que le había traído papá a Lorenzo, el que se manejaba por control remoto. Me moría de ganas de viajar en avión y ver otros pedazos de cielo. Un avión, aunque fuera de juguete, era la señal de que pronto podría hacerlo.

Esa tarde habíamos salido con mi abuelo que estaba de visita, para que Lorenzo pudiera demostrarle lo experto que era manejando su nuevo juguete. Yo fui de pura tirria deseando que el avión por una vez desobedeciera a Lorenzo y siguiera su vuelo.

El avión se elevó con dificultad porque el viento era fuerte esa tarde. Luego de que alcanzara altitud, mi hermano comenzó con sus payasadas obligándolo a hacer piruetas. No había acabado de advertirle mi abuelo que tuviera cuidado, cuando vimos con horror como el avión era arrastrado por unas fuertes ráfagas e iba a estrellarse contra una roca, haciéndose trizas.

Sentí el bochorno y la vergüenza de mi envidia y me habría sentido culpable para siempre si no hubiera sido porque vi algo moverse a mis pies. Me agaché a recogerlo. Era una de las hélices del avión que aún movía sus brazos azules y rojos, arrastrando su cuerpo mecánico, una sencilla placa de metal, en círculos concéntricos. Parecía un gusano metálico. Recogí la pieza y la escondí en mi bolsillo. El avión me hacía llegar la señal que esperaba para estar segura de que un día vería otros pedazos de cielo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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