viernes, junio 20, 2008

Jugando a ser grandes

Con apenas cinco y seis años, engalanadas con sombreros y turbantes improvisados, zapatos de tacón, collares, y vestidos que nos quedaban inmensos, jugábamos a ser grandes mi hermana y yo. Antes de salir a modelar para un público de dos, nos mirábamos al espejo con la coquetería propia de mujeres.

Tía nos ayudaba en la transformación, los viernes en la noche era una niña más jugando con sus muñecas. Era ella quien nos peinaba y maquillaba y nos ayudaba a anudar los pañuelos y las sábanas que utilizábamos para hacer los “trapos” que modelábamos. Lo de “trapos” lo decía nuestra abuela que era la que rezongaba porque eran sus vestidos, sus collares, sus pañuelos y sus sábanas los que usábamos para hacer los atuendos que modelábamos mientras tía los describía para nuestro público: la abuela y tío. Eran divertidos los viernes en la noche en casa de abuela, allí éramos niñas jugando a ser grandes, protegidas del mundo exterior, libres de peligros y miedos.

Tía no era tal, era esposa de nuestro tío, pero no nos importaba, sabíamos que nos quería igual que si lo fuera, y a ella contábamos nuestros secretos. Fue testigo de mucho de nuestro dolor y a ella le confesamos cosas que nuestra madre pretendía no saber, y luego no creer...

Ahora, mientras me preparo para desfilar por la pasarela, recuerdo aquellos múltiples viernes en la noche en que gracias a mi tía éramos niñas jugando a ser grandes. Cuando me miro al espejo la recuerdo, porque fue quien me enseñó que detrás de él hay un mundo maravilloso de hadas y duendes, refugio de niñas lastimadas, en el que reina la alegría y desde dónde me gusta pensar que ella, con una sonrisa, nos observa.

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