jueves, agosto 28, 2008

Amor

Le fue fácil recoger, Amor tenía tan poco. No dejó nota alguna, no sabía escribir ni ellos leer. Entreabrió la puerta y viéndoles dormidos aún, salió. Ya pronto comenzaría a amanecer y al levantarse se darían cuenta que se había ido. Para entonces quería estar lejos.

A los 14 años sabía lo suficiente como para no dejar rastro del camino tomado. Se lo había enseñado su padre en largas caminatas, recogiendo la poca cosecha que la tierra árida y desagradecida les proveía. "Es dura la vida del pobre", le decía su padre sin coraje. Nunca le había oído maldecir, ni quejarse de la suerte que le había tocado. Su madre vivía agradecida de Dios porque en los peores momentos siempre en su pequeño huerto conseguía algo que poner en la mesa. Lo que hubiese lo compartían los tres.

En una época habían querido tener más hijos, pero Amor llegó tarde, fruto de la paciencia y persistencia y del gran amor que se tenían. Con los años se dieron cuenta que Dios les había permitido la dicha de un hijo para que su amor perdurase pero no de más, porque hubiesen muerto de hambre

Había sido un año de sequía, tanta, que aún el huerto de su madre se veía cansado y mustio. Sus lágrimas de angustia silenciosa, no eran suficiente para humedecer el terreno que el sol cuarteaba. Habían empezado a temer el hambre que asomaba la cabeza desde detrás de las rocas, pícara de mal agüero, anunciando su presencia. Cuando la veían asomarse, su madre se persignaba y les recordaba que Dios proveería, porque El nunca abandona a sus hijos amados. Ahora, con su marcha, habría una boca menos.

Se iba triste, con rumbo incierto. Conocía el camino sólo hasta la aldea. A pocas horas de marcha, el castigo del sol era peor penitencia que cualquiera de las del Padre Andrés. La ofreció por las almas del purgatorio. Se le secaba la garganta de la sed, pero apenas si había traído agua, el río se estaba secando y tenían muy poca.

Cómo iba su padre a traer el agua desde el río, no sabía. Con su pierna mala, producto de una fractura nunca atendida, tendría que caminar cada vez más lejos saltando sobre las piedras que le hacían fondo al cauce del río, ahora al descubierto. Amor las saltaba como si fuera un juego, su padre no podía.

Amor era el que subía a os árboles por sus frutos, el que corría tras el conejo asustado, y el que, amarrado a una soga, bajaba por el risco para arrancar una flor que traería una sonrisa a los labios de su madre. Su padre tenía la experiencia pero Amor tenia la agilidad. De pronto se dio cuenta que al abandonarlos, los había dejado sin recursos ni ayuda.

Con el atardecer, comenzó el camino de regreso. Tendría que tener la fe de su madre, y el tesón de su padre, y aprender a ser hombre sin haber sido niño. De lejos alcanzó a verlos, mas viejos y encorvados que nunca y sintió que su corazón era cuenca de río desbordado de amor; ahora entendía por qué su madre siempre decía que a quien tiene Amor nada le falta.

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