viernes, agosto 01, 2008

El niño genio

A todos aquellos que saben guardar prudencial silencio...
A los tres meses comenzó a gorjear y a los nueve hablaba. Para cuando tenía dos años, le leía los cuentos a la abuela, que ya no veía a leer y se le habían puesto los ojos chiquititos de tantas arrugas. A los tres años comenzó a escribir los suyos propios y fue invitado a leerlos tan pronto le fueron publicados. Compuso en el piano una que otra pieza y le incluyeron en un concierto que ofrecieron en la capital, en el Teatro Nacional. Para entonces ya todos sabían que el niño era un genio.

Sus padres, responsablemente pusieron a su alcance todos aquellos recursos posibles dentro de sus medios; en el pueblo se llevaron a cabo varias actividades, incluyendo una colecta sumamente exitosa, para adquirir libros adicionales para la biblioteca, de forma tal que no se estancara el proceso de aprendizaje del niño-genio.

Acudieron al pueblo prominentes científicos que asombrados ante el amplio conocimiento que el pequeño genio tenía debido a sus múltiples lecturas y a la facilidad con que podía explicar las nociones científicas más complejas en varios idiomas, pidieron autorización de sus padres para someterle a una variedad de exámenes para tratar de medir su coeficiente de inteligencia.

El niño genio contaba con cuatro años de edad cuando los científicos lo llevaron a la capital para comenzar el proceso de establecer su coeficiente de inteligencia e identificar las áreas en que sus habilidades se prestaban al mayor desarrollo. Una vez esto estuviese establecido, pondrían a su disposición los mejores tutores por materia. Tenían en sus manos, a tan temprana edad, un ser humano de una capacidad casi infinita lo que les permitiría estudiar territorio sólo soñado.

Apenas habían transcurrido unos días, cuando el niño-genio comenzó a mostrar significativos cambios en su comportamiento. Su retraimiento se hizo casi absoluto, respondiendo únicamente a sus necesidades fisiológicas. Balbuceaba algunas palabras ininteligibles y rechazaba todo contacto humano. Poco a poco dejó de hablar, quedando completamente mudo.

Los científicos luego de observar la penosa situación y consultar expertos en la materia tuvieron que concluir que el niño era autista, siendo uno del 10 por ciento de niños con la condición que exhiben conocimientos superiores en algunas materias, un idiot savant. El niño fue devuelto inmediatamente a sus padres, quienes fueron informados de la condición.

Estos le abrazaron con el mismo cariño de siempre. Para ellos no hacía diferencia si era genio o no, era su único hijo y le amaban a pesar de todo. Una vez el auto que lo trajo desapareció dejando atrás una nube de polvo, el pequeño puso su bulto de ropa en el suelo y con un suspiro que salió de lo más profundo de su diminuto cuerpecito, les dijo a sus padres, ¡coño, a veces, para sobrevivir, hay que pasar por pendejo!

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