martes, junio 02, 2009

Aurorita y sus muñecas

Apenas la criada terminó de acomodar la ropa en las gavetas, Aurorita se levantó de la silla en que había estado sentada tomando el té en el diminuto juego de té de fina porcelana, regalo de la abuela. La acompañaban Bruno, el oso marrón que había perdido una oreja y Alissa, la muñeca rubia, su preferida, la única que aún conservaba su melena. A las otras les había cortado el cabello al rape como castigo por no querer obedecerla, siempre empujándose y cayendo una sobre la otra en lugar de mantenerse quietas en el estante.

Como su estatura no se lo permitía, la pequeña arrimó su silla al armario y se subió a ella para inspeccionar las gavetas. Doris había colocado la ropa en los cajones correctos pero había olvidado organizar por colores los rollitos de las bragas, los refajos y las camisillas los que además, no estaban lo suficientemente apretados de forma tal que no formaban hileras perfectamente rectas.

Consideró darle la queja a su madre pero a sus cinco años precoces sabía que esto causaría una conmoción resultando en el despido de la criada. No quería que eso sucediera, Doris era la única quien en las noches le cantaba hasta dormirla y le hacía compañía cuando despertaba a gritos y temblando a causa de sus pesadillas. Eso sí, buscaría la forma de castigarla porque era tiempo que hiciera las cosas como se le ordenaba; obedecer las reglas de la casa era imprescindible. Aurorita tenía bien claro que todos tenían que cumplir con la disciplina establecida para no causar molestias innecesarias a su madre.

Tomó a Bruno por su única oreja y lo colocó en su lugar entre sus muñecos de peluche. Más de uno, por desobediente, había perdido ambas orejas, y uno que otro además alguna extremidad. Al levantar a Alissa, la muñeca tropezó con una de las tacitas de té la que se hizo añicos al caer al suelo. Con desagrado colocó a la muñeca en el estante con las otras, ahora no tenía tiempo de raparle la cabeza. Había escuchado la campanita con que su madre anunciaba a todos que la cena estaba lista y no podía retrasarse.

Se miró al espejo y estiró su vestidito con las manos para evitar que se viera estrujado. Antes de colocarse la especie de cofia que siempre llevaba puesta, se acarició la cabeza y sonrió al sentir los pelitos que comenzaban a apuntar nuevamente. Su madre le había prometido que si se portaba súper y extra bien, le dejaría crecer el cabello.

2 comentarios:

Silvia Giordano dijo...

Vaya madre!!! Suerte que es de ficción, aunque muchas veces la realidad la supera.
Muy buen relato.
Besos!

Julián Nailes dijo...

Ufff.....me ha gustado muxo, pero buff..

Por cierto, la primera melodia de piano, que creo que es de las de la banda sonora "del pianista" me ha puesto los pelos de punta, igual que siempre que la escucho, pero claro...ahora acompañada de una gran historia.

Gracias