lunes, enero 21, 2013

El reflejo

Todo empezó con el espejo de media luna de la coqueta de mi madre. Era una de las piezas del antiquísimo juego de cuarto de caoba que conservaba de su familia y que ahora solo se consiguen como antigüedades. Desde muy pequeñito tuve la impresión que detrás de él había vida. Era lo único que explicaba el que mi madre se pasara horas mirándose. Era como si de alguna forma se transportase al mundo que yo imaginaba que existía detrás de ese espejo. Nunca se me ocurrió que el único motivo era su vanidad, porque se quedaba muy quieta y no prestaba atención a nada ni a nadie.

Cada vez que podía, lo que no era muy frecuente porque me tenían prohibido entrar al cuarto de mis padres, me sentaba frente al espejo tratando de ver ese mundo. Pero la verdad es que solo veía la imagen de un niño desgarbado y demasiado alto para su edad, con ojos grandes y tristes. Ojos de mirada lánguida que había heredado de mi madre/su madre, porque aunque éramos iguales, éramos diferentes. Él, de vez en cuando, se daba el lujo de comportarse guasón, y entonces saltaba moviendo los brazos en el espacio y yo lo imitaba.

Aunque silente, era mi única compañía. Mi padre siempre andaba en viajes de negocios, muchos de ellos probablemente innecesarios. Excusas para no tener que acompañar a mi madre en su frenética vida social. Cuando no estaba frente al espejo contemplándose salía con sus amigas al teatro, a las tiendas, a cenar, a fiestas de las que usualmente llegaba al día siguiente.

Comencé a aprovechar sus ausencias para entrar a su cuarto y compartir con mi amigo. Ambos intentábamos lograr un mejor nivel de comunicación que el juego tonto de imitarnos las poses. Por un tiempo me dio por enseñarle las fotos de los lugares que había visitado con mis padres (no muchas), mis fotos de pequeño, las fotos de mi padre y mi madre. Le encantaba mirarlas. Parecía alegrarse de que yo tuviera familia y no comprendía cómo, teniéndola, yo no era feliz.
Él, por su parte, intentaba divertirme, montando espectáculos en los que pretendía saltar en un trampolín, ser un trapecista, un payaso. Me daba un poco de envidia su buen humor de todos los días, cuando mi madre a cada rato decía que tenía un hijo neurótico que no apreciaba lo mucho que tenía y siempre sería un infeliz.

Mi amigo y yo hicimos un pacto. Intentaríamos cambiar posiciones por un corto tiempo. Él probaría mi mundo y yo el suyo. Pensé que de esa forma lograría obtener alguna de su alegría y traerla conmigo para que mi madre no tuviera que quejarse tanto de mí. Cumplimos nuestro pacto una noche en que mis padres no estaban. Yo me llevé varios libros y mi cuaderno para escribir mientras él ocupaba mi puesto. Quería tener un diario de mis experiencias.

—Hasta luego —me dijo él, sonriendo.

No sé cuanto tiempo ha pasado desde entonces. No sé si han sido días, semanas, años. Solo sé que atrapados detrás del espejo hay otros seres, algunos que parecen fantasmas. Muchos visten ropas de otras épocas e imagino llevan aquí siglos. Todos necesitan encontrar algún tonto curioso que se preste a cambiar de lugar con ellos para poder volver al mundo del otro lado.

Yo por mi parte, he aprendido que mientras esté detrás del espejo, soy el reflejo de quién se mira. Mi madre solo se fija en sí misma y no he logrado despertar su interés y mi amigo no ha vuelto a entrar a la habitación.

No hay comentarios.: