domingo, enero 27, 2013

Para Elisa

Por la ventana abierta, escucha los gritos y risas de los niños jugando. La distraen de su intento por recordar las notas de la pieza que toca al piano. La única que pudo aprender en las lecciones que tomó de joven, porque siempre le gustó la melodía. Para Elisa… Tiene varias cajas de música que al abrirlas hacen volar las notas de la conocida partitura. Pequeña colección que comenzó con un regalo de un enamorado que olvidó hace tiempo y a las que da cuerda cuando desempolva, para deleitarse con su música.

Se levanta del piano, se asoma a la ventana y los niños por un momento guardan silencio. Es triste saber que le temen. “La vieja loca”, le llaman entre ellos y alguno, más valiente, en la noche lo grita frente a la casa. Se hace la desentendida porque ha aprendido a no dejar que esas cosas la hieran demasiado. Son muchos los años que tiene, así que efectivamente es vieja. Tiene mucho de excéntrica, se podría decir que es loca. Una sonrisa le asoma a los labios estrechos, secos por el tiempo. Le da cierta suavidad al rostro arrugado dando señales de que, de joven, pudo haber sido hermosa.

El gato cruza silencioso sobre el piano y siente la pena de saber que se está muriendo poco a poco. Irremisiblemente se muere su único compañero de los últimos años, y no puede evitar las lágrimas que se asoman a sus ojos pequeños, de un verde desteñido por los años.

Toma el gato en los brazos y lo mece como a un bebé. Eso ha sido en el tiempo que llevan juntos: su bebé precioso. Su bebé que ahora viejo, al igual que ella, va consumiendo los últimos días que le quedan de vida. Solos uno con el otro. Lo abraza y es inesperado el torrente de lágrimas que la apabulla. Su cuerpo se dobla dejando salir unos sollozos roncos y espesos desde muy dentro de su pecho.

Se sienta con dificultad en el sillón de la sala y mientras acaricia a su niño bonito, entona, apenas audible, Para Elisa.

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