martes, marzo 31, 2009

Detrás de la oreja

Suelo pensar mucho en la muerte. En su apariencia, en su carácter, en el modo en que viene a recogernos (si la vemos o tan solo la presentimos), pero más que nada pienso en que quiero que venga a buscarme.

Tenía yo unos seis años cuando mi abuelo murió. Recuerdo que lo mantuvieron en secreto hasta que a la hora de la cena mi madre prorrumpió en llanto. Entonces la criada, a modo de consuelo, le dijo que “todos tenemos la muerte detrás de la oreja”. Esa noche no pude dormir pensando en la muerte y en lo cerca que la tenía.

Pocos años más tarde leí el Diario de Ana Frank y me convencí de que moriría a los quince años. No era mala la idea, a esa edad tenemos ilusiones, y nos permitimos soñar. Es al crecer que nos damos cuenta que la vida no es tan bonita ni buena como la imaginamos y son pocos los sueños, si alguno, que llegamos a ver hechos realidad.

La muerte se ha ido llevando a personas que quiero, a familiares más cercanos o lejanos, a amigos y amigas. Se llevó a mi padre hace varios años, ahora ronda a mi madre, y cuando menos lo espero me dicen que, sorpresivamente, se ha llevado a algún conocido, el que ni siquiera sabía que tenía la muerte tan cerca.

A mí no me tomará por sorpresa. Hace años la pienso; muchos que la espero; y tengo muy claro dónde está: detrás de mi oreja.

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