martes, septiembre 28, 2010

Inocente

Anoche por fin, logré acorralarla en una esquina. “Ahora no podrás escaparte” le grité triunfante. “Tendrás que explicarme porqué has hecho de mi vida un infierno, un valle de lágrimas, un espacio sin risas, una noche eterna.”

Mi depresión me mira sorprendida, con ojos inocentes de culpa.

─No sabía que te estuviera haciendo daño ─me dijo─ siempre pensé que eras tú quien me retenía.

viernes, septiembre 24, 2010

Conversaciones con el psiquiatra

Debes perdonarte, me dice. Tú sabrás por qué te castigas.

Pienso que aunque he hecho de mi vida una ruina no me guardo rencor. Lo único que quiero es no sentir esta inmensa tristeza, no sentir la ansiedad que me desboca el corazón en las mañanas.

Me perdono, digo y lo repito: me perdono. ¿Si me siento igual, es que realmente considero que aún no he pagado lo suficiente?

No hay peor carcelero que uno mismo, me dice.

Y soy yo la que miro el reloj, quiero irme.

domingo, septiembre 19, 2010

Cayetano

Dios aprieta pero no ahoga, se repetía Cayetano casi todos los días cuando sentía que el aire le faltaba. No ahoga, pero diantre, qué mucho aprieta. E inmediatamente pedía perdón a Dios por ese pensamiento, rezando el Salmo XXIII, antes que al Señor se le fuera a ocurrir alguna cosita más que enviarle.

Para colmo, el cura, el domingo, saliendo de misa, había tenido el desparpajo de desparramarle encima una monserga, de la cual Cayetano sólo sacó en claro que Dios no nos da cruces que no podamos cargar.

La verdad es que si el cura tenía razón, algo había mal en su cruz. Alguien se había equivocado cuando le asignaron la suya. Ya hubiera querido él ir a ese árbol del que hablaba el cura, en el cual uno, después de probar otras, encontraba que su cruz era la que más le encajaba. Bien que le encajaba, tan bien le encajaba que ya su espalda tenía marcado el hueco donde la acomodaba. Y entre el peso y la asfixie se estaba muriendo.

Pero Dios no ahoga. Así que Cayetano se levantó temprano, y se colgó del árbol hasta ahogarse, confiando que el que lo encontrara, pudiera cargar su cadáver junto con su cruz.

Del olvido

Anoche me di cuenta que todo lo que se olvida muere. Me pareció extraño pensar que porque no te pienso como antes estás muerto. No está muerto, me dije, si apenas nos cruzamos ayer en la calle. Te me quedaste mirando como quien ve a un fantasma. Fue entonces que caí en cuenta. La muerta soy yo.

martes, septiembre 14, 2010

Lo que callo

Me despierto con el corazón palpitando y sé que ha vuelto. Cada vez que pienso que puedo asomar la cabeza por sobre de ella, alguna noticia inoportuna me lanza de nuevo al vacío, sumiéndome en la depresión. El silencio de tantos años pretende hacer erupción y contenerlo me está causando estos terribles sismos internos que me dejan extenuada. Definitivamente es necesario que aprenda a decir lo que siento y a vivir con las consecuencias de lo que digo, porque ya sé que no puedo con las de aquello que callo.

miércoles, septiembre 08, 2010

Desde la ventana

La contemplo sentada frente a la ventana. Imagino que espera a alguien que se marchó, o que sueña los sueños de cuando era joven. Los que fueron o los que no alcanzó. Parece que mirara, pero por ojos que no ven la calle que separa su vivienda y la mía, pero sí ven los castillos que creó su fantasía o los recuerdos que guarda, los que quizás inventó.

Imagino que piensa que nadie está pendiente de la triste sonrisa que aparece en sus labios cuando los niños juegan juegos de niños. Los que habrían jugado sus hijos, sus nietos y biznietos, aquellos, esos otros, que jamás conoció.

Imagino que a veces se cansa de su silla y corre con las nubes y los rayos de sol. Imagino que cree que nadie se da cuenta que se va apagando como se apaga el día, y que en uno cualquiera la veré caminando sin pisar el camino. Imagino que entonces mirará nuestra calle, contemplará los niños, y verá que, desde mi ventana, hace tiempo imagino que un día ella seré yo.

El hombrecito del azulejo

Ciudad Seva me regala hoy el cuento El hombrecito del azulejo de Manuel Mujica Láinez, que desde su inicio me hace pensar en el hombrecito francés que inventé para que mi madre no se preocupara de que al morir, me dejaba sola. Hacía meses que ya no lo pensaba, tan envuelta he estado en mi depresión, sintiéndome abandonada, amargada por ataques de ansiedad que no controlo. La última oración del cuento es el cierre que necesitaba:

“…si un enano francés estampado en una cerámica puede burlar a la Muerte, es justo que también puedan burlarla las lágrimas de un niño”.

Me pregunto si ejercerán el mismo poder mis lágrimas y puedan exorcizar mi soledad, recuperando al hombrecito francés que nos hacía compañía en las tardes de domingo.

viernes, septiembre 03, 2010

Transformación

La transformación comenzó con el año. Uno detrás de otro se sucedieron incidentes que dieron al traste con el pequeño mundo que había construido. Inmersa en una depresión paralizante, decidí que tenía que ser fuerte y no dejarme llevar por las emociones ni los sentimientos. Los fui catalogando y archivando: inútiles, inservibles, dañinos… El propósito de archivarlos ordenadamente no era por si en algún momento deseaba regresar por alguno de ellos. Todo lo contrario. Quería estar segura que no abría la puerta detrás de la cual los había colocado.

Coloqué entre las dañinas la envidia, el rencor y la vanidad, pero también el amor. Al despojarme del amor sentí pena porque significaba poner distancia entre los otros y yo, pero esa misma pena fortaleció mi decisión. El apego, me dije, hace daño.

Experimentada la pena de deshacerme del amor, a ella la coloqué entre los inútiles. La pena a mí misma y a los demás me hace débil y había comprobado que me causaría problemas al desligarme de mis otras emociones.

Libre de las pena, decidí colocar todos los otros sentimientos y emociones bajo el título de inservibles. Desde la alegría hasta la tristeza, pasando por el miedo y sus corolarios, todos fueron a compartir un espacio. Nos hacen frágiles y, en mi caso, eran cómplices en la depresión que sentía, último sentimiento que encerré detrás de esa puerta.

Sin emociones ni sentimientos no tuve que pensarlo para deshacerme de las llaves, forma intelectual de asegurarme que el arrepentimiento no se colaría por alguna hendija haciéndome ir en busca de algunos. Me sentí liviana, liviana y vacía. Miré a mi alrededor y me di cuenta que flotaba como un inmenso globo. Eso soy desde entonces, un globo que flota en el espacio, lleno de un gas incoloro, incapaz de fingir siquiera una sonrisa, cosa que francamente, no me importa.

miércoles, septiembre 01, 2010

Buscando el equilibrio

Me llama para saber cómo estoy, para darme ánimo. Ella, que se encuentra en condiciones peores que yo, que necesitaría el aliento mío y de otros, se ocupa. Soy demasiado egoísta, pienso, mientras intento prestar atención a lo que me dice, evitando que el sonsonete de su voz me mortifique. Quisiera explicarle que necesito el silencio. No es que lo utilice para regodearme en mi pena pero, inexplicablemente, si no escucho sonidos puedo pretender que no soy ni estoy en este mundo. Si no estoy en él, no tengo porqué preocuparme. Cuelgo; me distrae Cuquito que camina despacio hacia la sala.

Debía recomenzar a escribir. Abrir nuevamente las alas de mis sueños y volar como quien no quiere la cosa observando el mundo allá abajo. No por orgullo, ni por darme aires de superioridad, sino para recobrar el mundo de fantasía en que hasta hace unos meses vivía. Cuquito se esconde dentro de la caja pequeña que le puse una vez se recuperó. Es la única que tiene ahora porque las otras las eché a la basura temiendo que volviera a contaminarse.

El timbre del teléfono suena nuevamente, y me siento inundar por las aguas de histeria que, en oleadas, suben hasta ahogarme. Cuquito sale asustado desde su escondite. De alguna forma tengo que encontrar el equilibrio perdido y aceptar que estoy en este mundo aunque no sea de él. Dejo que la contestadora tome el mensaje, mientras Cuquito regresa al interior de su caja.