lunes, agosto 30, 2004

Aquel cuento triste

Se perdió entre viejos papeles, aquel cuento escrito en una tarde triste. Lo eché a un lado después de escribirlo, por hacerme llorar, porque con las largas uñas del recuerdo, arañó mis adentros, y no pude encontrarle un final.

Hoy le he visto, y mi corazón no ha saltado de gozo, ni he sentido emoción ni dolor alguno. Le he visto y es tan solo un instante, un instante que ocupa un pequeño espacio en mi memoria, que ni siquiera recordaba que estaba habitado.

Y ahora busco entre viejos papeles aquel cuento escrito en una tarde triste, porque hoy encontré su final.

viernes, agosto 27, 2004

Mi vida

Mi vida esta hecha de promesas incumplidas, de sueños jamás alcanzados, de días sin tiempo, y tiempo sin horas… de espacios vacíos… de soledad, de lágrimas y arrepentimiento. No importa... es mía.

viernes, agosto 20, 2004

Ya es hora

Me he permitido llorar tu partida. Al principio pensé que era una tontería, que llorar no resuelve nada y que al fin y al cabo, fueron más tus errores que los míos los que me obligaron a tomar una decisión definitiva. Una decisión racional, basada en hechos: mentiras, promesas incumplidas, mezquindades. Pero hoy me he mirado al espejo, cosa que generalmente evito. En el reflejo he visto unos ojos llenos de dolor, y unos labios crispados que he tratado de hacer sonreír, sin resultado alguno. Después de intentarlo varias veces, acepté que las lágrimas no liberadas han puesto un rictus de amargura en la imagen. Me he echado a llorar, y con inmenso alivio, al volver a mirarme, el rostro en el espejo me ha sonreído y ha movido los labios, y me ha dicho, sal, es hora de volver a la vida.

jueves, agosto 19, 2004

Tu silencio

Silencio. Me pesa el silencio. Tu silencio. Tu silencio que torvo de mirada me sigue a todas partes, sin paz y sin tregua. Silencio que me embadurna la piel y la ropa y se queda pegado, chorreando amargura. Tambaleante dique construido de palabras no dichas, de reproches injustos callados con la constante amenaza de derrumbe de verborrea hiriente. Prefiero oír tus insultos no importa su crudeza, a esta espera que me oprime el pecho. Y yo también callo, en un acto de no-provocación, de neutralidad, un pacto conmigo misma, y me muerdo la lengua para no preguntar el por qué. Y sales, te marchas con un portazo que rompe el silencio, explosión inesperada, y no sé hasta cuándo, ni me importa, porque dentro de mi, me siento liberada.

miércoles, agosto 11, 2004

Los dioses

A veces me pregunto si se quedarán satifechos los dioses con mi muerte. Si el silencio del sepulcro será suficiente para que no se atrevan a interrumpir mis sueños. En la noche, pululan por mi habitación privándome de un dormir profundo. En el día, me llenan de tristeza, y juegan con las piedras a mi paso, para reir con cada uno de los tropiezos míos. Ansío la tranquilidad y el silencio de ese último lecho, pero a veces me preocupa que exista un pequeño dios, vestido de verde, que irrumpa dentro del sepulcro para asegurarse de que me desvele...

lunes, agosto 09, 2004

El prestidigitador

Y ahora, señores y señoras, anunció el prestidigitador, les mostraré que en el mundo de lo visible e invisible todo es posible. Tocaré con la varita mágica mi sombrero de copa, y verán salir de él la encarnación de lo más hermoso y mejor en el mundo, de aquello que todos ansiamos conocer al menos una vez en la vida, pero que siempre nos había sido imposible ver.

Tocó el borde de su sombrero de copa con la varita que llevaba en la mano, y salió a borbotones un humo, que parecía amenazar con asfixiarlos a todos. Antes de que la nube pudiera tomar forma, la audiencia huyó aterrorizada. El ilusionista, sintiéndose fracasado, escapó del escenario, olvidando llevar con él lo sublime, que quedó desnudo ante nadie, único testigo invisible.

Un escritor anónimo sacó la cabeza de su mundo igualmente anónimo, miró a su alrededor y contempló aquella belleza al desnudo. Buscó las palabras intentando describirla, se descubrió incapaz para hacerlo, y como un topo, se hundió nuevamente en las páginas conocidas, desapareciendo nuevamente en el mundo visible.

sábado, agosto 07, 2004

Muñecas de trapo

Pasé de rubia a pelirroja en un arranque de esos que nos da a las mujeres. Quiero un “look” diferente, le dije al estilista, y procedió a pintarme el pelo del color de Raggedy Ann, la muñeca de trapo. Apenas pudo mi cabello soportarlo, lo llevé a un rojo cobrizo, más natural. Pero lo de la muñeca de trapo se me quedó en la cabeza, quizás porque siempre ha estado ahí.

De niña, nunca me gustaron. No sé si es que se parecían menos a un bebé que otras clases de muñecas, pero la verdad es que con sus ojitos pintados o de botones, me parecían un engaño. No eran muñecas de verdad. Las muñecas de verdad cerraban los ojitos, y no tenían la ropa cosida al cuerpo, no perdían la forma, se ensuciaban menos, y esas no eran las que traían los Reyes, esas las hacía mi mamá por un patrón a la medida que cortaba en papel de periódico.

Han pasado muchos años desde entonces. Varios desde que tuve el pelo del color de Raggedy Ann. Pero no he olvidado algo que con el tiempo aprendí de las muñecas de trapo. Es preferible mantener los ojos siempre abiertos a la realidad de la vida; es preferible ser flexible porque se lastima uno menos; el ser lavable es una ventaja, porque siempre se pueden enjugar las lágrimas y empezar de nuevo; y que con sólo estar, y mientras esté, como antes componía con la aguja a mis muñecas de trapo, mi madre puede ayudar a sanar, con su cariño y comprensión, mis heridas.

Hoy

Hoy lloverá.... lo sé. Siento el latir de las sienes, el dolor en el pecho, la ansiedad, la inmensa tristeza. Sin duda, hoy lloverá...

jueves, agosto 05, 2004

Por agua

Era tan pequeñito que se perdía en la nieve, pero ahora, con el padre lejos y la madre enferma, él era el hombre de la casa. Tuvo que luchar contra la fuerza del viento para abrir la puerta. El frío era intenso y hubiera preferido el calorcito febril de su mamá. Pero necesitaban agua.

El viento que casi impidiera su salida, sin remordimiento lo empujaba y una ráfaga violenta le arrancó el cubo que llevaba en las manos. El río estaba casi congelado. Miró a su alrededor, la oscuridad le impedía encontrar algún recipiente en qué llevar el agua. ¿Qué hacer? ¿Cómo volver con las manos vacías? Entonces recordó que cuando su madre le pidió que fuera por el agua, le dijo que no temiera nada, que la nieve y el hielo del invierno eran sólo agua congelada. Y se quitó el gorro que llevaba, y lo llenó de hielo, y por si acaso, para estar seguro de cumplir el recado, se llenó de nieve los bolsillos.

Sola

Si miro atrás me puedo ver. Me veo en las fotos, en mis cuadernos, en mis libros. Pequeñas posesiones de valor para mí. Cosas que nadie quiere, que miran con desdén. Cosas que empacarán y enviarán a algún lugar donde reposaran por años, sin que nadie las busque.

Para no ser herida, me encerré en mi mundo y a nadie permití. Por eso, no me quejo. Pero es triste ver al sepulturero cavar la fosa y saber que mañana, cuando llegue el entierro, ni siquiera yo estaré aquí.