sábado, noviembre 17, 2007

Cosas de destino

Se pregunta a menudo por qué su destino la condenó a estar sola. En ocasiones piensa que es culpa de su carácter, demasiado retraído. Otras, que no es lo suficientemente hermosa o llamativa. Le es duro confesar que tiene miedo, miedo que se le puede ver en los ojos, y en la forma de hacerse invisible en los grupos, particularmente si hay hombres. Gaguea, le faltan las palabras, se le nubla el entendimiento, y para cuando puede articular algo inteligente, ya pasó el momento.

Tomó clases de baile tratando de vencer un poco el miedo a estar en una fiesta y que un extraño la invitara. Hace tanto que no lo practica que igual daba que nunca las tomara. De todas formas, si alguien la invita a bailar, dice “no, gracias”, y mira hacia otro lado.

No bebe. Teme el licor porque ha visto los resultados de beber en extremo, ha sentido la violencia del que bebe; ha visto el embrutecimiento; el perder la conciencia; y sabe lo cruel que es esperar a alguien que no llega, porque bebiendo olvidó un compromiso.

Nunca se atrevería a dar el primer paso y hacer una llamada. Teme tanto al rechazo que de solo pensarlo la inunda la tristeza: y si no me contesta, o le molesta mi llamada, o se finge ignorante de quién soy, o simplemente timbra el teléfono y no hay nadie al otro lado.

Comprende que las experiencias vividas han ido deformando a la persona que era. Se repite que caminando trazamos el destino. Que aún hay tiempo. Si se atreve puede cambiar el suyo. Toma el teléfono, marca el número y antes de que timbre, cuelga. Estar sola no es tan malo, se dice…

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